Una historia de mi abuela.


Gracias al cielo tengo a mi abuela viva, porque sin ella no habría
escuchado esta historia que os vengo a contarles.

Mi abuela se llama Dory, vivió su infancia en una hacienda humilde,
contaba al menos con dos cerdos, una yegua, dos perros, y sobre
todo sus gallinas, fuera de la ciudad, en ese tiempo su hermana
(María) tenía unos 5 meses de nacida.

Ella me contó que ese día obtuvo el susto más grande que pudo
sentir.

Era un día común de la semana, supuse que mi mamá llegaría tarde
ese día, debido a que caía agua del cielo de manera increíble, tanto
que la gotera en la cual caía una gota de vez en cuando, esta vez era
un chorro de agua, además, gracias a esa inmensidad de lluvia que se
precipitaba con gran fuerza, esa gran gotera consiguió dos
compañeras, una cerca de la entrada y la otra en la entrada de la
cocina, agradecí a Dios que esas goteras no hayan parecido en las
dos únicas habitaciones que teníamos.

La lluvia no cesaba, el frió era casi lúgubre y eran ya las 9:30 de la
noche creo y mamá aun no llegaba, levanté a María y la llevé a la
habitación y la arropé, sin embargo, maría comenzó a llorar, pensé
que quería comer algo, así que fui a la cocina y me dispuse a cocinar
algo para María.

Cuando encendí la estufa llegó mi madre, entró y cerró la puerta con
rapidez para que no ingresara mucha agua a la casa, se quitó el
abrigo y las botas empantanadas y se secó un poco el cabello, se
acercó a la cocina y no alcanzó a decirme nada porque sonó algo en
el techo, ese sonido fue como si algo hubiese caído directo al techo,
fue un sonido abrupto y ensordecedor.

Pensamos que estaban cayendo del cielo lluvia y granizo, aunque, sí
estaba lloviendo muy fuerte no había ningún indicio de granizo en el
suelo. Nos mantuvimos en silencio un momento mientras

deducíamos que fue lo que había caído sobre nosotras, los perros,
curiosos, estaban mirando hacia el techo, mi madre y yo estábamos a
punto de hablar cuando sonó nuevamente el techo, pero esta vez era
un sonido particular, eran pasos, indudablemente era el golpeteo de
pies caminando, los perros igual que nosotras estaban mirando hacia
el techo siguiendo con el oído el sonido, no obstante, los perros
ladraban histéricos.

Luego el sonido se detuvo, pero cambio a una voz femenina, no
decía nada, sin embargo, se entendía muy bien este sonido, y era:

“ja. Ja. Ja. Ja”.

Cuando escuchamos esa risa malévola de inmediato se apagaron
todas las luces de la casa, y se abrió de par en par la ventana en el
cuarto del bebe, mi madre me dijo: -Dory, ve por la niña.

Sin pensarlo fuimos corriendo hacia la habitación del bebe, tome de
la cama a mi hermana y mi madre cerró la ventana y la bloqueó. La
luz no regresaba así que mi madre fue por una vela y la encendió,
cuando nos iluminó a mi hermana y a mí, quedó asustada, pálida e
inmóvil. Yo al ver el rostro de mi madre quede perpleja no sabía que
pasaba, visualice a lo lejos a los perros gruñéndome, ladrándome y
mostrándome fuertemente los dientes, estaba asustada. Luego miré a
mi hermana, se me erizó la piel, se me heló la sangre y me dio un
escalofrió del cuello hasta la punta de los pies.


Esa no era mi hermana, lo que tenía en brazos era todo menos mi
hermana, su cara era asquerosa llena de llagas, su mirada estaba
perdida, tenía pedazos de cabellos regados por su cabeza y esa cosa
era tan helada como un bloque de hielo, solo la mire por un instante
y la tiré con susto y asco cuando se oyó una risa aguda y grotesca
por toda la hacienda “Hahahahahaha” luego de eso agarré otra vela,
la encendí y mire la cuna de mi hermana, gracias al cielo estaba allí
en su cuna, durmiendo plácidamente, como si nada hubiese pasado.

Después de eso, por las noches cerrábamos y bloqueábamos
fuertemente la puerta y las ventanas.

Historia escrita por - Santiago Sánchez.

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