Al subir al avión, las azafatas se sorprendieron de encontrar a dos personas de aspecto tan desmejorado. Estaban ojerosos y pálidos y tenían un color mortecino en la piel. Creyendo que era debido a su excitación por temor a perder el vuelo, las azafatas les tranquilizaron, diciéndoles que no pasaba nada e indicándoles sus asientos.
El avión despegó y los dos pasajeros se pusieron a hablar entre ellos de las ventajas de viajar en avión y del panorama que se divisaba desde el cielo. En un momento dado, cuando el avión estaba sobrevolando Rolla, en Missouri, Jarrold se levantó del asiento para ir al lavabo y su mujer le acompañó temiendo se fuera a marear y después le diera el viaje con sus lamentaciones. Pasó el tiempo, y ni uno no otro volvió a aparecer jamás.
El DC-3 aterrizó en Dallas y dos personas de la lista de pasajeros, no se encontraban ya entre ellos. Se pensó, por encontrarle sentido a la desaparición, que quizás hubiesen equivocado la puerta y hubiesen abierto accidentalmente una de las salidas del avión, sin embargo esta teoría pronto se descartó, pues eso hubiese provocado, por unos minutos, una pérdida de presión y altura en el aparato, que nadie notó en ningún momento. Nadie consiguió nunca explicarse lo sucedido, y así quedó registrado para el asombro de pasajeros y tripulantes.
Pero la historia no estaba destinada a quedarse ahí. Seis años después, en 1974, un avión de la Lufthansa, con destino a Frankfurt, salió del aeropuerto de Milán. Eleonor Thomas, compartía asiento con un hombre y una mujer de carácter simpático y extrovertido. A pesar de que parecían cansados y sus ropas, viejas y desgastadas, llamaban la atención, Eleonor habló con ellos animadamente hasta que ambos se levantaron del asiento y se dirigieron al lavabo. Nunca más volvieron a aparecer.