Feliz Navidad!


| Feliz Navidad! a todos ustedes por parte de Terror Psicologico1 y Kevin Mendoza espero y se la pasen muy bien en estas fechas |

El regalo de Navidad



Las celebraciones Navideñas despiertan diferentes sentimientos e intereses en cada individuo, en este caso, para una familia entera, era la ocasión perfecta para estar juntos, habían sido desde siempre muy unidos y aunque no necesitaban pretextos para compartir experiencias, la navidad le daba un toque extra a todo el asunto de los momentos de calidad en compañía de la familia.

Conservaban una tradición muy arraigada, no invitaban a nadie a su celebración, era un evento estrictamente familiar. Cada quien preparaba un platillo, y le ayudaban a mamá con la cena principal, todos colocaban un adorno fabricado por ellos mismos en el árbol de Navidad, incluyendo en él un buen deseo para los demás.

Una vez lista la cena, se sentaban todos a la mesa, después de dar gracias, probaban cada uno de los platillos, haciendo bromas entre ellos por la manera de cocinar, recordaban ocasiones pasadas, entre risas y buenos ratos, acababan hasta con el último bocado.

Después de conversar un rato en la mesa, preparaban chocolate, y sentados junto al fuego de la chimenea alguien pasaba los buenos deseos colgados en el árbol al padre, que era el encargado de leerlos, después de leerlos los arrojaban al fuego, pues pensaban que el humo los llevaría hasta el cielo.

Lo siguiente en la lista era abrir los regalos, primero lo hacia el más pequeño, y así seguía hasta llegar con el padre que era el más grande, esa noche en especial notaron algo distinto, cuando habían dado todos sus regalos aun había uno debajo del árbol, nadie lo reconocía, pero estaba dirigido a ellos. Pensando que alguno de sus amigos lo había dejado cuando vino de visita, lo abrieron con gusto esperando una agradable sorpresa.

Cuando lo abrieron miraron extrañados, había dentro de la caja un cuchillo, un pedazo de metal cortado y afilado, un alambre y una nota que decía:

– Para los que están en la puerta –,

no tuvieron tiempo de reaccionar pues un escalofrió les recorrió el cuerpo cuando el timbre sonó.

Feliz Navidad!

¿Qué hace a un monstruo un monstruo? | Draw a monster. Why is it a monster?”


Por favor, no me preguntes en dónde trabajo. No te diré la escuela. No te diré la ciudad. Ni siquiera te diré el estado. Es mejor que no lo sepas.

Trabajo como oficial de policía del campus. «CamPo», como nos llaman los estudiantes. Y he visto cosas. Tú pensarías que es un trabajo fácil, cuidar a chicos blancos acomodados y privilegiados haciendo cosas de chicos blancos acomodados y privilegiados. Pero no lo es. Es aterrador. Y creo que eso es porque estuvimos condicionados a creer que los monstruos deben mostrarse a sí mismos. Que podemos distinguirlos de una multitud.

«Dibuja un monstruo. ¿Por qué es un monstruo?». Janice Lee dijo eso. Y esa es una pregunta válida. ¿Qué hace a un monstruo un monstruo? Estamos acostumbrados a categorizar a los monstruos como esas cosas deformadas y grotescas. Pero la verdad es que los monstruos reales no se ven así. Se ven como gente normal. Se ven como tu vecino, se ven como tu madre, se ven como tu padre. Y, a veces, se ven como chicos blancos acomodados y privilegiados.

Su nombre era Joshua Simmons. Ese no es un nombre falso. Sé que no es ético usar nombres reales en este tipo de cosas, pero él no se merece la cortesía del anonimato. No importa, de todos modos. No vas a encontrar nada en él. Sus padres se aseguraron de eso. Incluso después de todo, supongo que el dinero hace que el mundo se mueva, y el universo se lo comió. Pero estoy adelantándome.

Joshua Simmons se veía como alguien normal. Y para todos los efectos, eso es exactamente lo que era. Un hombre adulto joven de la variedad de fraternidades que pensaba que el mundo se trataba sobre él. Ya conoces ese tipo. Y eso es lo que opinaba sobre él, hasta que las chicas empezaron a entrar.

Habían demasiadas. Dios, habían tantas. Primero, segundo, tercer y cuarto año. Chicas que iban a esa escuela y chicas que no. Y todas ellas tenían dos cosas en común, y eso era que cada una tenía algo que les faltaba que se supone que debía estar ahí, algo desagradable pero importante, y que cada una de ellas estaba ahí para hablar de Joshua Simmons. Y tuve que escuchar cada una de sus historias, y tuve que tratar de decirles que a menos que estuvieran dispuestas a testificar, no haríamos ni una maldita cosa.

Creo que… creo que al principio no quería creer que era él. Que pudiera ser él, pudiera ser alguien que conocía, alguien que veía todos los días. No quería creer que él podía caminar sobre las escenas de sus crímenes como si nada estuviera mal, como si fuera otro día más. Quería pensar que era alguien más, un intruso, un desconocido o, si era un estudiante, uno de mis estudiantes; al menos que se sintieran culpables por eso. Que se los estaba comiendo la culpa. Que no pudieran ir a clase, que ni siquiera pudieran levantarse sin vomitar después de hacer algo así. Pero Joshua sí fue a clase, y lo hizo bien. Jugó en todos los partidos de fútbol del equipo. Fue a todas las fiestas. Siguió viviendo la vida como si nadie pudiera tocarlo. Y por un largo, largo tiempo, no pudimos.

Y luego Amy apareció. A diferencia de Joshua, Amy no es su verdadero nombre, y no te voy a decir cuál es. Es todo lo que pude hacer por ella, pero se merece ese poco.

Amy no era como las demás «No como las demás chicas»… es un dicho que nunca toleré. ¿Qué significa, «como las demás chicas»? No significa nada. Es un índice que usan los idiotas para describir a sus maníacas chicas mágicas. Pero cuando digo eso, no me refiero a que no fue como ninguna otra chica antes. Digo que no era como las chicas que vinieron después.

Había algo en ella que me ponía nervioso, hacía que se me pusieran los pelos de la nuca de punta. Algo peligroso en la forma en que veía a las personas, como si hubiera perdido todo y más. «Nunca pongas a alguien con la espalda contra la pared». Mi padre solía decir eso todo el tiempo. «Nunca pongas a alguien en la posición donde no tienen nada que perder y todo que ganar». No era la forma en que ella actuaba, exactamente. Si tuviera que resumirlo todo a una sola cosa, diría que eran sus ojos. Dicen que los ojos son la ventana del alma, y si eso es cierto, no sé qué diría sobre ella, porque sus ojos estaban muertos. Fríos y sin emoción y salvajes, como si pudiera arrancarte la garganta con sus dientes sin siquiera parpadear. Y la diferencia entre Amy y las demás chicas es que ella estaba lista para testificar.

El juicio fue en noviembre, justo antes del Día de Acción de Gracias, y recuerdo que no tenía nada para agradecer. No por estas chicas. Y Amy contó su historia. No lloró. Su voz no se estremeció. Ella ni siquiera miró a Joshua Simmons, sentándose tres metros lejos de ella, sonriendo como si supiera que era intocable. Ella contó su historia y el cuarto entero estaba en silencio. Y cuando terminó, se sentó ahí en silencio hasta que el abogado le hizo unas preguntas; e incluso esas las respondió tan calmada como era posible. Y cuando fue descartada y se fue a sentar, la audiencia entera comenzó a hablar en voz baja hasta que el juez pidió orden en la sala.

El resto del juicio fue un borrón. Sé que había testigos que estaban ahí para atestiguar la integridad de Joshua. Sé que sus amigos estaban ahí para excusarlo. Sé que Joshua Simmons se comportó tan arrogante como podía ser, y sé que quería usar la Biblia sobre la que él había jurado para aventársela a la cara convirtiéndola en una pulpa sangrienta. Pero no recuerdo las preguntas que hicieron, ni las respuestas que dieron. No recuerdo nada desde la mirada que Amy me dio luego de testificar. Después de eso, recuerdo haber esperado, sostenido mi respiración, rezado por que el juez tomara la decisión correcta. Recuerdo pensar que la verdad estaba justo ahí, tan cerca que genuinamente cualquier persona podría verla. ¿Cómo no podrían?

Joshua Simmons fue declarado inocente. Y en ese momento, lo supe. Supe lo que significaba para alguien estar sobre la ley. Supe lo que significaba para alguien ser intocable. Y quería matarlo. Quería estrangularlo, borrándole esa media sonrisa arrogante en su cara y hacerle entender lo que significaba tener miedo. Pero no lo hice. Porque soy un oficial de la ley y eso significa seguirla aunque no esté de acuerdo con ella. «Bueno —pensé—, hicimos lo que pudimos». Pero en realidad no creía eso, y no se sentía de verdad. Pero no había nada que pudiera hacer.

Y pensé que eso era todo hasta que recibí la llamada dos semanas después.

"El Suicidio de Opus"


El 23 de marzo de 1994 el médico forense examino el cuerpo de Ronald Opus y concluyó que murió de una herida de bala en la cabeza. El Sr. Opus había saltado desde lo alto de un edificio de diez pisos con la intención de suicidarse. Dejó una nota antes de lanzarse al vació, en la que indicaba sus razones. Durante la caída y pasando el noveno piso su vida se vio interrumpida por un disparo de escopeta que paso a través de una ventana y lo mató instantáneamente.

Ni el que disparó, ni el suicida eran cocientes de que una red de seguridad había sido instalada apenas en el piso ocho, con el fin de proteger a unos trabajadores de construcción y por lo tanto Ronald Opus no habría completado su suicidio, al menos de la forma que tenia pensado.

“Por lo general,” continuó el Dr. Mills, “una persona que pretende suicidarse y tiene éxito, a pesar de que el mecanismo podría no ser lo que tenía pensado, todavía se define suicidio.”
Que el Sr. Opus hubiera recibido un disparo camino a un suicidio que probablemente no tendría éxito, hizo que el medico forense dictaminara un homicidio. La habitación del noveno piso desde donde se disparó la escopeta había sido ocupada por un hombre mayor y su esposa. Mientras mantenían una fuerte discusión, él la amenazó con la escopeta. El hombre estaba tan disgustado que cuando apretó el gatillo, un montón de pellets atravesaron la ventana y se alojaron en la cabeza del Sr. Opus.