ADVERTENCIA: Lo Que Se Publica En Esta Pagina, Tiene El Fin De Entretenimiento.
La sigiente historia no se recomienda leer para personas moralistas o de mentes debiles.
Contiene descripciones graficas y sexuales, No nos hacemos responsables por daños mentales.
ATTE: Kevin Mendoza
Ryan, sentado en su ostentosa y alta silla de cuero café con botones inscrustados, la miraba con atención, y constantemente revisaba la grabadora temeroso de que ésta pudiera detenerse por puro capricho. Ella recostada en un gran sillón del mismo color y textura que la silla —sin duda, obras del mismo artesano— agitaba regularmente su cabeza de un lado a otro como queriendo no ver algo en la visión de sus ojos cerrados.
—¿Qué ves?— le preguntó él.
Ella se quedó en un silencio escrutador y le respondió después de unos segundos:
—Una habitación, estoy caminando por el interior de una casa muy grande. Los muros son de bloques de piedra color gris…
Ryan anotó muy rápido, con la inherente caligrafía ilegible de un médico, en la pequeña libreta que tenía entre sus manos, esperó un momento a que ella continuara, pero ésta no lo hizo, y aclarándose la voz con un disimulado carraspeo la interrogó de nuevo:
—¿Puedes identificar la época o el lugar en el que estás?
—No, no lo sé…, no hay nada, las habitaciones están casi vacías, sólo hay unos cuantos muebles sucios, llenos de polvo y telarañas…, parece una casa abandonada.
—¿Qué tipo de muebles? ¿se ven antiguos, modernos…, lujosos?— le insistió, sin soltar la libreta y llevándose el lápiz a la cabeza para tocar suavemente una de sus sienes en evidente postura de reflexión y análisis.
—Sí, son antiguos, muy antiguos. Y también se ven lujosos…, caros.
El doctor mostrando un tenue semblante de ansiedad, le preguntó sin antes darle una nueva oteada a la máquina grabadora:
—¿Cómo eres?…, mírate y dime cómo eres.
Caroline levantó un poco la cabeza y miró su cuerpo con los ojos cerrados —soy hombre, mi ropa es negra, toda negra, visto pantalones de lino y un largo abrigo de paño hasta las rodillas. Los zapatos y toda la ropa se ven impecables, como recien hechos— alzó las manos frente a su rostro girándolas sobre su dorso y exclamó asombrada:
—…¡Dios mío! ¡mis uñas son muy largas!, parecen manos de mujer…, mi piel es pálida…, blanca como porcelana, los dedos finos y largos, y las uñas muy crecidas.
—¿Sabes tu nombre?
—No lo sé…, no lo recuerdo —se quedó en silencio por unos segundos y habló a continuación con su voz entrecortada —…, tengo miedo…, aquí está muy helado…, hace mucho frío.
—No va a pasar nada Caroline, ten calma, ¿hacia dónde te diriges? ¿qué estás haciendo ahora?
La mujer movió sus globos oculares bajo la delgada piel de sus párpados y respondió:
—Estoy bajando por una escalera de piedra, es como un túnel muy obscuro y al fondo se ven algunas luces…, creo que son antorchas.
—Trata de ver qué hay al fondo. Observa bien qué te rodea.
Caroline se demoró en responder, el doctor no la presionó y la esperó pacientemente mientras descubría con su mirada unas formadas y firmes piernas bajo la falda de cotelé azul, casi se olvida de la razón por la que estaban ahí cuando ella habló y lo espantó de su prohibida admiración.
—Estoy llegando, parece que es otra habitación…, sí, es otra habitación, y muy grande; hace mucho más frío. !Dios mio!, estoy en una cripta o algo así…, hay varios ataudes, es un mausoleo inmenso. Hay muchas velas y cirios encendidos…, no son antorchas las que se veían, son cirios.
Ryan no se inquietó con la descripción de su paciente, al contrario, con su voz más segura le interrogó:
—Entonces…, ¿estás muerta?
—Sí— respondió al instante, tan segura de lo que decía como el doctor de lo que preguntaba —estoy muerto, no respiro… Tengo miedo Ryan.
El psiquiatra se inclinó hacia adelante en su silla y posó una de sus suaves manos sobre las de Caroline de modo consolador:
—Tranquilízate— le dijo —, no pasa nada, respira profundo, todo durará un segundo, trata de adelantarte en el tiempo para pasar a otra vida.
El semblante de ella estaba alterado, respiraba en forma agitada, sus movimientos oculares se hicieron vertiginosos, lo que veía o sentía estaba sobrepasando sus capacidades, y más que hablar, gimió —el olor es asqueroso, tengo deseos de vomitar. !Estoy dentro de un ataud!…, ¡tengo miedo! ¡sácame de aquí por favor!
Ryan, ahora parado —levemente agachado— y con ambas manos sobre las de Caroline le decía subiendo la intensidad de su voz —Caroline, sale de tu muerte. Elévate hacia los maestros. Deja esa vida atrás, quiero que pases a la siguiente.
—No puedo, la muerte no deja elevarme…, por más que trato no puedo…
—Si puedes.
—¡No puedo!
Ella se veía mal, aflijida, pero el doctor no consideró prudente despertarla de la hipnosis, aún no había conseguido la información que buscaba, y molesto por la incapacidad de ella de seguir sus instrucciones, con un tono estrictamente autoritario, le ordenó —¡concéntrate!, ¡hazlo Caroline!, flota en tu mente… ¡Adelántate en el tiempo! ¡conéctame con los maestros!, sobrepasa ese momento final. Estás muerta— y excitado, con una fe enorme y firme en lo que decía, le exigió de manera solemne, como si de su laringe emanara la orden omnipotente que levantó a Lázaro de su tumba —, ¡elévate y nace de nuevo!
Poco a poco ella redujo el precipitado movimiento de sus ojos y de su cabeza, así como el ritmo de su respiración, hasta que su estado se vio totalmente normalizado; después de unos mudos momentos, habló —ahora estoy en un poblado; es de noche. Ando por una estrecha calle de adoquines…
El psiquiatra con una ligera sonrisa de satisfacción en su rostro le preguntó —¿Puedes identificar la época o el lugar?
—Hay muchas casas antiguas, creo que son europeas…, suecas u holandesas quizá. No hay luces, pero puedo ver perfectamente en la obscuridad. Hay algunas personas conversando, pero no me ven, sólo un perro asustado percibe mi presencia… Tengo hambre, Ryan.
Dubitativo, calculando una fecha y un lugar en la historia humana, le argulló —ya tendrás tiempo para comer; dime, ¿quién eres ahora?
Caroline hizo los mismos gestos anteriores, y los de todas las sesiones pasadas, levantando su cabeza y sus manos para mirarse y describirse a ojos cerrados —no lo sé. Pero soy hombre…, estoy vestido de negro, entero, con un gran abrigo grueso hasta más abajo de las rodillas, mis manos son blancas, y mis dedos muy finos…, tienen uñas largas, como los dedos de un artista.
En la cara del doctor se dibujó una mueca contradictoria, de extrañeza y desencanto, y acomodándose inquieto en su pomposa silla, le replicó —no puede ser , ya visitaste esa vida. Aún estás en tu existencia anterior, debiste de haber retrocedido. Flotaste hacia atrás en vez de adela…
—¡No lo hice! —lo interrumpió ella de modo impetuoso, y agregó —, siempre fui hacia adelante.